ya no se puede bailar,
porque dice Garcilaso,
que se falta a la moral.
Esta coplilla que se
cantaba en Pamplona en la posguerra da cuenta de la influencia que llegó a
tener el director de Diario de Navarra, el madrileño Raimundo García, “Garcilaso”,
durante buena parte del pasado siglo XX, una impronta antidemocrática, de
fanatismo antivasquista y ultracatólicos valores que todavía colea. En la cera de
enfrente, en el otro arcén incluso físico de la calle Zapatería, pervivió la
figura menos conocida, por ocultada, del periodista pamplonés José Agerre,
responsable del diario nacionalista La Voz de Navarra.
Garcilaso, confabulador con Mola del
golpe de estado de 1936. Agerre, torturado y apartado de un periódico que incautará
la Falange. Anverso y reverso de una misma moneda del periodismo navarro que,
casualidades de la vida y de la muerte, fallecieron el mismo día de 1962 con solo
horas de diferencia y un tratamiento muy distinto por parte de la Navarra
oficial y franquista, tal y como detalla en un interesantísimo libro Iván Giménez,
“Agerre y Garcilaso, dos periodistas, víctima y verdugo del golpismo navarro”,
que edita Pamiela.
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