Foto del autor del libro |
En el formato autoeditado habitual, el artajonés no solo
bucea en legajos que hablan de heráldica y moradas enclavadas en las cuatro
cendeas en las que históricamente se dividió el territorio, sino que además, en
un prólogo rico, descubre costumbres y modos de vida que retratan una
organización propia que el tiempo ha desdibujado.
A parte del meritorio trabajo de censo de casas hecho
pueblo a pueblo y, a veces, ilustrado
con fotos antiguas, el escritor abre en las primeras páginas un cofre lleno de
diamantes en bruto en el que informa, con ejemplos, sobre contratos
matrimoniales, cómo se testaba a favor del primogénito o que obligaciones tenía
éste en el mantenimiento de sus hermanos.
Ermita de Catalain |
El prólogo también ilustra el funcionamiento del auzalan o prestación de trabajo vecinal
al que estaba obligado un miembro de cada casa, excluidos los foráneos, o las
reuniones del batzarre, asamblea
local a la que tenían que acudir todos los cabezas de familia con morada en
propiedad.
Maiora también escribe cómo los valdorbeses eran reacios
al cupo militar obligatorio. La deserción era tan habitual que los pueblos
quedaban “vacíos de jóvenes en edad militar” y para evitarlo en 1808 se
asociaron en mancomunidad para librar al mayor número de mozos.
El centro político de la comarca estaba en la ermita del
Santo Cristo de Catalain, en jurisdicción de Garinoain, y era allí donde se
dirimían los asuntos comunes. Como acostumbra en otros libros, Maiora también se
adentra en la toponimia desaparecida, mayoritaria en euskera, y el nombre de
poblaciones ya extinguidas en un valle que en el siglo XVI cobijaba unas 1.700
personas.
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